by AUTODOMINIS
EDITORIAL

"Convivencia -casi- imposible"


Ante el preocupante aumento de la siniestralidad de los ciclistas en carretera muchos se preguntan si realmente es posible compartir la vía.
Con la llegada del buen tiempo muchos aficionados a la bici desempolvan su maillot y se lanzan a la carretera a disfrutar de este sano deporte. Y tristemente, algunos de ellos no regresan o lo hacen magullados y/o asustados. El tráfico no perdona y son ellos, como parte más débil, la que sale peor parada en caso de siniestro.

Estamos de acuerdo en que la últimas víctimas del colectivo han sido producidas por conductores que jamás se deberían haber puesto al volante de un coche –ni tan siquiera de un monopatín- dado su estado de embriaguez y/o drogadicción, pero en otros casos, el mal entendimiento de la situación de cada uno y de las normas por parte de ambos, ha conducido al desastre.

Y es fácil criminalizar entonces al conductor puesto que es el que “embiste” y además sobrevive en muchos casos ileso.
Que venía como loco, que no ha respetado la separación de seguridad, que daba volantazos…
Por supuesto que hay fitipaldis, despistados y algún que otro hijo de puta –llamemos a las cosas por su nombre-, pero en muchas ocasiones, se trata de conductores normales que no han sabido reaccionar ante un obstáculo en su camino.

Sí, he dicho obstáculo duela a quien duela, pues eso es lo que es un ciclista hoy en día en la carretera. Un obstáculo como lo es un carro tirado por bueyes, una cosechadora o un niño en patinete. Todos vehículos, pero incapaces en gran medida de desarrollar la velocidad mínima de la vía –que la hay- obligando al resto de conductores a esquivarlos en virtud de las normas establecidas.
Y esas normas son parte del problema.

El ciclista, cuando no haya un carril habilitado para su uso, debe usar el arcén, y sólo si no lo hay, la calzada. Esto en realidad es circular por donde quiero y más si voy en pelotón porque la carretera es de todos.
Luego se puede adelantar respetando la distancia de seguridad de metro y medio, lo que implica meterse en el carril contrario (por cierto, a mí me suspendieron una vez el carnet de conducir por pisar una doble línea continua al adelantar a un ciclista) con la consiguiente situación de peligro. Un peligro que no todo el mundo sabe manejar. Como otros tampoco saben que se puede adelantar siempre que sea “con seguridad”. Y si sumas los unos con los otros, acabas a ritmo de pedaleo como si fueras el coche de asistencia de la Vuelta a España con cara de tonto al final de una caravana que no sólo romperá tu horario –que es lo de menos- sino tus nervios. Y es ahí donde te puedes volver un conductor peligroso.

Por cierto, también los hay mejores y peores a la hora de calcular distancias. No es mala uva, es que para algunos metro y medio son poco más de tres palmos así a ojo…

Total, que la convivencia de los coches y las bicicletas en carretera (de ciudad no hablo, que eso es el cachondeo padre) pasa por conocer a la otra parte. Jugar a la empatía. Los conductores ya saben de la vulnerabilidad del ciclista y cuándo y cómo se le debe adelantar. Y el ciclista debe entender la inquietud, a veces ansiedad, y el desafío que produce su presencia en muchos conductores.

En circuitos abiertos al público general, que va con sus máquinas a desfogarse un rato, existe una norma primordial: el más lento ha de ceder el paso en toda situación. Sabiendo eso de antemano tanto el adelantado como el adelantador solucionan la situación con seguridad y sin compromiso alguno.

Y creo que ese nivel de conocimiento y educación es la base, a complementar con normas, sobre la que se debe cimentar esa convivencia ciclista/conductor que algunos, no es mi caso –todavía-, tildan ya de imposible.





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