by AUTODOMINIS
EDITORIAL

"Convivencia"


El otro día, mientras me hallaba realizando unas compras en el interior de un establecimiento de las afueras de la capital (IKEA de San Sebastián de los Reyes, para ser exacto) algún conductor/a bastante torpe decidió estampar su coche –blanco por las pruebas- contra la parte trasera de mi vehículo perfectamente estacionado en batería (entre sus dos rayas y con los espejos plegados). El empeñón dejó una profunda huella en mi parachoques trasero, piloto mellado de un lado y aleta trasera abollada.
A todo esto que salgo yo, cargado de bolsas y me encuentro con el "regalito". Vaya por Dios. Ni rastro del conductor/a culpable, tan sólo unos cristalitos en el suelo y rastros de pintura blanca. Pero, ni una tarjetita o papel con sus datos. “Hit and run” (golpear y correr) que dicen los americanos. Esto me mosqueó, es decir, me cabreó.

Afortunadamente mi seguro es a todo riesgo y mi coche estará pronto reparado sin coste para mi bolsillo, pero no por eso, me deja de parecer una vileza y una cabronada. Para esto existen las aseguradoras a las que pagamos sus generosas cuotas. Por eso es obligatorio que todos circulemos con cobertura. Pero está claro que a algunos parece que les da igual, o prescinden de este indispensable elemento o con la esperanza de que les bajen la cuota o yo que sé, escatiman los partes como si fueran escritos en papel de oro. Mira, pues no me parece bien pero cada uno con sus miserias, lo que me parece mal, es que si has ocasionado un perjuicio a otro, te vayas mirando hacia otro lado. Eso no se hace. Que quizá a este conductor o conductora le de igual llevar su coche –blanco- abollado durante años, pero a mí no. Quiero el mío tal y como lo dejé en el aparcamiento, y mi seguro no tendría que cargar con el importe de una reparación que me han causado otros, y que seguramente destruya mi bonificación.

Esto son normas básicas de convivencia que de un tiempo a esta parte se van perdiendo bajo el axioma imperante de “cada uno a lo suyo que todos tenemos nuestros propios problemas”.

Al caso una amiga me contaba que su padre, ya mayor y operado de la cadera, se cayó en la calle por un traspiés. Pasaron ante sus ojos diez personas hasta que un amable ecuatoriano le ayudara a levantarse y le acompañó al ambulatorio. ¡Diez personas! De verdad, me dan ganas de desearles el peor ataque de hemorroides a todos ellos…
Semanas atrás otro conocido se quedó sin batería en la calle e, inocente de él, se acercó a un taxista a ver si le dejaba enchufar las pinzas. 20 euros le pidió por la ayuda. Habráse visto desfachatez…

En otra ocasión fui yo el que prestó la ayuda pinzas en mano, aún estoy esperando que me den las gracias. Como espera agradecimiento el valiente Jesús Neira que en Majadahonda – Madrid - medió para que un hombre dejara de pegar a su pareja en plena vía pública. ¿Su premio? Que la ira de semejante animal de bellota cambiara de blanco y le propinase tales golpes que dejara al buen hombre en coma en una cama de hospital.
Suma y sigue. Necesitaría trillones de editoriales para dar cabida a las muestras de incivismo que se manifiestan en estos días en que cada uno va a lo suyo.

Y digo, menos individualismo mal entendido y tratemos de ser mejores personas, que vivimos en sociedad y el “hoy por ti mañana por mí” sólo depara cosas buenas. Que estamos aquí para ayudarnos (o al menos –y esto es importante- no “darnos por culo”), y que yo no tendría porqué cruzar los dedos cada vez que ahora, dejo mi coche en un aparcamiento.





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