by AUTODOMINIS
EDITORIAL

"Insolados pero divinos"


Ya tenemos a la vuelta de la esquina la temporada estival y por ello se impone aquí un tema “fresquito”, un asunto personal que estos días me tiene “calentito”
Hace muy pocos días, un buen amigo con toda su buena intención y su ignorancia, sabedor que soy conductor de un automóvil descapotable, me dice con una gran sonrisa “Qué bien que ya hace calor macho, así puedes ir todo el día con la capota bajada, ¿eh?”.

Aunque en ese momento me estaba cagando en sus muertos, dado lo inocente de la pregunta y el candor de su expresión, no pude otra cosa que responder un escueto “Ya. Sí. Bueno. Según”. Y no era mi intención abundar en el tema, pero como insistió con un “Anda que no vas a ir tú chulo ni nada…” le tuve que explicar que no era oro todo lo que relucía… Aún así, sin perder la sonrisa, continuaba “Tengo yo unas ganas de pillar un coche de esos…” le emplacé a leer mi siguiente editorial para ver si realmente, a pesar de sus deseos, era el candidato adecuado a circular sin techo.

Adelanto aquí que no quiero que se me entienda mal. Adoro los cabrio, por eso conduzco uno. Lo que no me gusta es el mundo en el que se ven obligados a circular.

Porque unos hablaran de su falta de practicidad, su espíritu hedonista y demás pamplinas. Vale, es cierto, pero lo que al parecer desconocen es que como a las personas, a un automóvil además le envuelven sus circunstancias.

Lo primero a considerar a la hora de comprar un descapotable es si nuestra personalidad es lo realmente fuerte para soportarlo. Y no hablo ya sólo de que te miren, algunos te admiren y otros te insulten por la calle –vete tú a saber cuál es su problema-, sino si tu carácter gozará de la suficiente determinación para quitar la capota siendo consecuente hasta el final del trayecto. Esto es una batalla mental del tipo “hace un poco de sol, la quito, pero parece que refresca, la subo, pero ¿para qué co*o me he comprado un descapotable entonces? La bajo, o bueno, como voy a ir por ciudad, mejor la subo, o mira, me da lo mismo, la dejo bajada, y cuando aparque ¿la pongo o la dejo quitada?” Y así entras en bucle, y no sabes a ciencia cierta si tu decisión habrá sido nunca la acertada.
Pero hay otra cosa peor: los que se sienten obligados a bajar el techo sea cual sea la ocasión, ya que se han gastado sus buenos euros para disponer de dicha opción. Es un poco como lo de veranear siempre en el mismo sitio porque tienes que justificar la hipoteca del piso que compraste en la playa años atrás, durante la burbuja inmobiliaria.
Así he visto gente en un atasco, con 41 grados a la sombra –es un decir, porque a menos que te metas debajo de tu coche no hallarás una- achicharrándose la cocorota bajo la inclemencia de Lorenzo. Pero oye, allí van ellos, “con todo al aire”.

Esto me lleva al factor climatológico, y es que los descapotables son coches de “entretiempo”. En territorios como el español, de Burgos para abajo que sólo tenemos la estación fría y la caliente –y esta temporada ambas regadas con una buena cantidad de lluvia- circular melena al viento resulta, cuanto menos, desaconsejable. Con frío me atrevo a decir que es casi más fácil. Ventanillas subidas, toberas de aire caliente apuntando a tu cara y a tus manos y el asiento calefactable conectado. El sol calienta un poco pero no quema, y un poco de aire fresco siempre es saludable.
Sin embargo en verano… El sol te machaca sobre los hombros por no hablar de lo que hace con tu cabeza. Todos los apliques de metal de tu salpicadero queman, el aire acondicionado no da abasto y todo lo que recoge tu respiración son bocanadas de aire caliente. Claro, que también se puede salir preparado para dicha batalla. El mejor ejemplo es mi pareja. Antes de que nos montemos en el coche me pregunta sobre mis intenciones –“Querrás quitar la capota, ¿no?” (esto ya suele venir con segundas…)-, si mi respuesta es afirmativa, coge su kit-cabrio-con-sol-estival, compuesto por el protector solar, unas grandes gafas de sol, una gorra de algodón, un pañuelo de seda, ropa que transpira y una botellita de agua fría. Ahí va ella, como de expedición a Abu-Simbel. Y claro, con tanta protección pierde un poco de gracia prescindir de la capota. Por cierto, si acaba de salir de la peluquería, quitar el techo nunca será la opción.

Y quizá le falte la mascarilla, no la facial, sino la que sirva para librarse de los contaminantes que el resto de coches nos arrojan a espuertas. Yo me curé en salud durante mi época de motero, chupando tubo de escape detrás de cada autobús. Ahora con más experiencia y sobre todo más potencia, al menos cabe la posibilidad de adelantarles por el carril izquierdo…

Lo que nos traslada al ámbito de circulación del cabrio. Lo suyo es ir despacito por una bonita y bucólica carretera secundaria disfrutando del aire puro y del paisaje, pero como de un tiempo a esta parte nuestro país se ha llenado de autovías y autopistas, lo que haces es ir abriéndote paso en el carril rápido viendo guardarrail y tragando partículas diesel, con las ventanillas subidas intentando mitigar el ruido y descubriendo que a más de 120km/h –a parte de ser multa gorda- no se oye ni tu conversación ni tu radio por alta que la pongas. La brisa es muy bonita, el viento ya es otra cosa. También de vez en cuando te tragas algún bicho.

Hablando de multas y de sonidos. La primera multa que me pusieron en mi coche “sin techo” fue por exceso de velocidad en un túnel, y es que no quise renunciar a los encantos de escuchar en ese tubo de resonancia mi motor y mi escape soplando a 6.000 vueltas. 200 euros me costó la experiencia. Lo digo para que lo tengáis también en cuenta.

Con todo ello, contado como anécdota personal, no quiero condenar a estos automóviles maravillosos, sólo quiero que aquel que se plantee su compra valore su circunstancia. Si te mueves por carreteras de segundo orden, en latitudes templadas y no sueles circular con prisas, te pueden hacer muy feliz. Sin embargo, si vas por autopista de casa al trabajo y del trabajo a casa y vives en una gran urbe con frío y calor a partes iguales, tal vez un techo solar te haga el apaño.

Y como en todo, rígete por el sentido común y más en verano, no vayas a acabar en tu flamante convertible, insolado pero divino.







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