by AUTODOMINIS
EDITORIAL

"Smoglers"


Con la llegada del frío a nuestras ciudades, de nuevo llegan los picos de contaminación y diversas medidas para contrarrestarlos.
Recuerdo cuando, de pequeño, bajaba en coche a Madrid con mis padres –yo soy un niño de las afueras- y al enfilar La Cuesta de las Perdices uno de los dos me decía “¡mira qué boina tiene hoy Madrid!”. Y así era, y allí estaba esa nube entre amarilla y parduzca que a nada que aprieta el otoño o el invierno y escasean el viento y la lluvia, indefectiblemente se posa sobre toda gran ciudad.

Luego esto, como hablaba con un buen amigo, no es un problema nuevo, ha existido siempre y lo lógico es que haya ido a mejor, no a peor, puesto que las calefacciones a carbón de los grandes bloques han sido poco a poco sustituidas por otras menos contaminantes, los coches llevan ahora filtros y microfiltros, entre ellos el catalizador, y la concienciación es muy superior. Y a eso voy. Y ese debe ser el punto de partida puestos a debatir con un “negacionista” o “tocapelotas” al uso, como es el caso de mi amigo.

Efectivamente el problema siempre ha existido, sólo que ahora, se haya mejorado o empeorado el asunto –que a este respecto hay opiniones para todos- lo que sí que se ha hecho es ponerlo sobre la mesa de cada comedor de los ciudadanos y mentalizar a todos nosotros de la dimensión real de la cuestión.

Empezamos por bautizar a esa boina a la que hice referencia como “Smog”, y a saber que es una mezcla de CO2, NOX y partículas de metales en suspensión, y que surge de los escapes de nuestros coches y de las chimeneas de los grandes edificios (los “smoglers”, por tanto). Que cuando llueve se “diluye” y cuando hay viento “se va” (anda que menudo consuelo…). Y claro, que resulta bastante nocivo respirarla –esto, aunque parezca de Perogrullo, a alguno se lo han tenido que explicar…-.

Eso sumado a nuestro nuevo perfil “ecofriendly” y al “Apocalipsis/Cambio Climático” crea una mayor preocupación y los políticos no tardan en preparar sus famosos “paquetes” de medidas para paliar el peligro.
Mismo problema, distinta mentalidad, nuevas soluciones, ese es el proceso.

Ahora mismo los medidores de contaminación se han manifestado como mucho más precisos que los de antaño, y según los datos que arrojen se abordarán unas medidas u otras, todas ellas ya contempladas en el famoso Tratado de Kyoto.
Para el nivel más bajo de esa escala, se observa, al menos en la capital, reducir la velocidad del tráfico, lo siguiente es no permitir el aparcamiento a no residentes en determinadas zonas y, como medida estrella -aún sin estrenar-, el reducir la circulación de vehículos en función de si su matrícula es par o impar.

A mí todo esto me parece bastante bien. No soy amigo de respirar guarrerías. Quizá por eso vivo en el campo y no poseo coches diesel.
Sin embargo, todas estas medidas vuelven de nuevo a criminalizar al automóvil echándole toda la culpa de un escenario que también generan otros actores.
Y digo yo, ¿por qué no se organizan apagados selectivos de calefacciones? Porque generaría un enorme trastorno, claro. Más que aparcar en una punta de la ciudad e intentar llegar “por tus medios” hasta la otra donde tienes un reunión mientras llueve, hace viento y la temperatura es inferior a 9 grados en la calle. Por supuesto es imposible encontrar un taxi y el metro o el autobús pasa de largo tu parada por ir hasta los topes.

Bueno, pues entonces no queda otra que apostar por las energías renovables en serio y de una vez por todas, pero no en mitad del campo para dar alumbrado público a una villa de 50 habitantes, sino para abastecer de electricidad a las calefacciones de una gran ciudad de una manera limpia y barata.
Menos pisos y más molinos y placas solares.

Si los coches y sus conductores estamos dispuestos a ceder por no contaminar, que no seamos los únicos, pues la solución no está tan sólo en nuestra mano ya que el problema no se encuentra sólo en nuestro tubo de escape.






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