by AUTODOMINIS
EDITORIAL

"Peatón mientras pueda"


Por muchos medios de transporte, públicos y privados, que tengamos a nuestra disposición, al menos hasta llegar a ellos todos somos peatones, es evidente pero algunos se olvidan de ello.
Hace un par de días, casi sucumbo a los bajos de un Ssangyong Rodius en el parking de un centro comercial. Y si ya es malo que te atropellen, que lo haga un Rodius en el estacionamiento del Carrefour puede resultar tan lesivo como vergonzante (y es que si puedo elegir el susto, prefiero un Bentley a la salida de la Marina de Sotogrande, o algo así).

El caso es que al parecer, quien diseñó este aparcamiento, pensó que los conductores una vez abandonado su vehículo, se desmaterializarían al abrir la puerta para volver a materializarse en el acceso al centro comercial.
Otra cosa no se me ocurre para comprender la ausencia de aceras o vías demarcadas por las que transitar del punto A al punto B sin ir sorteando coches o carritos.
Gracias al cielo, pasos de peatón sí que hay, pero como muchos conductores piensan que en estos recintos no impera el código de la circulación, son respetados en contadas ocasiones.

Es frustrante y arriesgado para los que aparcamos un poquito apartados. Y experiencias como la mía se dan con mucha a frecuencia a diario, como me comentó el “pseudovigilante” que con su scooter anda dando vueltas por el lugar.

Pero la anécdota no acaba ahí.
El caso es que de una u otra manera el viandante va perdiendo espacio, y no sólo respecto a los coches, sino incluso a favor de otras formas de moverse al parecer más en boga. Como por ejemplo, las bicis.

A mí personalmente me chifla caminar. Me gusta casi tanto como conducir, por lo que para trayectos cortos no dudo en dejar el coche en el garaje y disfrutar de un buen paseo hasta donde sea oportuno siempre y cuando la climatología –y la agenda- lo permita.
Viviendo en el campo, mi trayecto a comprar el pan o a desayunar tranquilamente en una terracita los días de fiesta, siempre ha sido de lo más placentero y relajado. Voy mirando el paisaje, estudiando el crecimiento de la maleza, saludando a los viejitos que a esa hora ya han tomado posiciones en los bancos del camino, escuchando los pajaritos y valorando el sonido que al rodar hacen los pocos coches con los que me cruzo. También pueblan el camino paseadores de perros, unos con más y otros con menos destreza, y niños entretenidos disfrutando de las vacaciones de verano.

Todo ello tuvo un giro dramático con la idea del concejal de urbanismo de turno de sustituir el paseo por un carril bici. Yo hasta la fecha, aquí y en otros lugares donde también se ha apostado por el ciclista en detrimento del andante, nunca vi un tráfico de dos ruedas tan intenso que exigiera tal infraestructura. O no tan justificado como sí lo estaría un carril “rápido de verdad” en autopista, pero el caso es el caso y donde había sendero ahora hay calzada de color rosado para bicicletas.
Por supuesto, dado que lo hay, más gente lo utiliza, y los que hacíamos el recorrido a patita ahora nos vemos obligados a aguzar la vista y el oído de cara a quitarnos de en medio. Los grupos, esto es, dos caminantes en paralelo de amena conversación, dado el tapón que pueden generar son invitados a caminar por la calzada o aumentar sensiblemente el ritmo y la disposición de su marcha.
Porque no sólo hay bicis, sino ya todo tipo de artilugios como monopatines, patinetes etcétera. Los únicos que pueden si acaso bregar con esta jauría son los “corredores de moda” cada vez más numerosos.

Y esta progresiva invasión del espacio peatón es una constante. En ciudad las aceras aparecen pobladas por motos aparcadas, zonas de carga y descarga, terrazas de temporada, coches mal estacionados, caca de perro, algún retrasado en Segway… por no hablar de esos semáforos que hay que cruzar a la velocidad de Usain Bolt esprintando. Lo que hace que caminar sólo sea oportuno como último recurso. Como en las zonas chungas de las grandes ciudades Estados Unidos.

Y es una pena. Sobre todo cuando además te toman el pelo, ya que el “buen rollo” de algunos ayuntamientos que deciden peatonalizar el centro urbano, camufla de ecología lo que en realidad es un pacto comercial con los comerciantes que, tras soportar un periodo de obras, encuentran un interesante beneficio en los viandantes que ahora pasan y paran ante su escaparate.

Por todo ello no me extraña que muchos, llegado el momento, fulminen las suelas de sus sandalias de verano por los paseos marítimos de su lugar de recreo, y es que parece que ya sólo se va a poder caminar por caminar en la playa, y de vacaciones.

Para culminar, recordarle al conductor del “Chanchón Atrocius” que me regaló una sonora pitada precedida de un exagerado frenazo, que cinco minutos antes, era yo el del coche blanco, el que le cedió el paso por cortesía a él y su prole cuando caminaban hacia su furgoneta, y que él y otros como él, hagan por ponerse en el lugar del otro, sitio en el que estaban poco antes y volverán a estar día tras día.






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