by AUTODOMINIS
EDITORIAL

"De héroes a villanos"


Tanto en la industria del motor como en la vida, la línea que separa a los buenos de los malos es difusa y en ocasiones, con el tiempo, no es raro ver cómo las tornas se invierten.

Esto también pasa mucho con la alimentación. Alimentos sobre los que hace años se incidía gracias a sus elevados niveles de tal o cuál cosa ahora han pasado a ser proscritos en una dieta sana y equilibrada. Y viceversa, “guarrerías” de antaño que se muestran en nuestros días saludables y apetecibles, como la gelatina de sabores. Y qué decir del mundo farmacéutico. La cocaína se prescribía con naturalidad a finales del siglo XIX y principios del siglo XX, incluso la había en chicles. O una buena radiación contribuía a mantener en forma las articulaciones. A los niños se les daban jarabes con un 40% de gradación alcohólica cuando no se les incitaba a echarse de tanto en cuanto un pitillo aromático a nada que perdiesen los dientes de leche.
Lo sorprendente es que aquella generación sobrevivió a todo ello y muchos han llegado a edades de tres dígitos. Mirad a Kissinger.

En el mundo de los automóviles la conversión ha sido algo más discreta, pero el otro día, mientras preparaba otro “Retrovisor” me llamó la atención un detalle al releer un ejemplar de Motor 16 de, ni más ni menos, que enero de 1986.
En ella mi compañero Jaime Hernández firmaba la prueba del BMW 324d, y la titulaba “Viva la ecología”.



Y no. No se le había ido la olla. Es que los diesel durante una buena cantidad de años de aquella década gozaron de mejoras fiscales en base a sus “reducidas emisiones contaminantes”. Al menos, en Alemania.
Sin entrar en mucho detalle, la guía que servía para calcular las bondades ecológicas de un coche sobre otro respondían a una sencilla correlación: a menor consumo, menores emisiones. Y punto.
Así, aquel BMW 324d de seis cilindros, 2,5 litros de cilindrada y 88 CV de fuerza tenía un precio ligeramente inferior, en su país de origen, al de un 318i, que se “estaba cargando el planeta” merced a los 2 litros más que consumía. Y de gasolina, ni más ni menos. En un momento en el que aún muchas contenían plomo en su composición, que eso era otro factor muy considerado.



Sin embargo ahora, el diesel es Satán, e incluso la gasolina comienza a oler a azufre.
Nada que ver con los coches eléctricos, que son la panacea, un dechado de virtudes que se mueven gracias a pedos buenos de gnomo, lenguaje inclusivo y progresismo “resiliente”.
Pero visto lo visto, me pregunto cuánto tardaremos en condenarlos también, o ponerlos en su sitio. ¿Cuándo uno de nuestros hijos descubra un artículo cantando las bondades de, qué se yo, un BYD Seal (cuyo nombre creo que obedece a que a cada kw consumido salva una docena de focas del ártico) titulado “Qué maravilla es ser verde” o algo así, alucine y se descojone de risa?
Porque, pongamos que en 2050, aquella tecnología se haya proscrito debido a todos los problemas medioambientales que generaron su desmesurada demanda permanente de energía a cualquier precio.
Por eso no convienen nunca abrazarse ciegamente a una tecnología ni ensalzarla demasiado, ya que más dura será su caída.
Igual aquel 324d era el Tesla Model 3 de su época.
El tiempo lo dirá.





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